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Otro tipo de máquinas de guerra que utilizaron los romanos fueron las utilizadas durante un asedio. Para abrir brechas en los cinturones defensivos enemigos utilizaron el ariete, en sus distintas modalidades y formas. Sustancialmente consistía en una viga larga y robusta de madera en donde el extremo que soportaba el esfuerzo era revestido de metal, generalmente hierro o bronce, con forma a veces de cabeza de carnero. Este era empujado hasta la base del objetivo de varios modos, pero el sistema más simple y primitivo era el llevado al hombro por soldados que luego procedían a golpear el muro. Cuando el ariete era suspendido a un armazón de madera —aries pensilis—, se ataba la parte posterior de la viga con sogas, se tiraba de él, y se soltaba produciéndose el golpe contra el objetivo. Si era provisto de ruedas o troncos para facilitar el desplazamiento del mismo se le denominaba aries subrolatus. El sistema más complejo y seguro para los soldados que estaban al servicio del ariete fue el testudo arietata, los soldados estaban protegidos bajo una marquesina móvil de madera, revestida por materiales resistentes al fuego, y la percusión del ariete era provocada a través del empleo de dos fajas de sogas que tiraba del ariete adelante atrás contra el objetivo. Procopio cuenta de un ariete movido por cincuenta hombres, y Vitruvio de otro en donde cien hombres fueron dedicados a su servicio. Para defenderse de la acción de los arietes, se usaba un instrumento parecido a una gran tenaza o garfio, el cual intentaba atrapar la cabeza del ariete, y retenerlo levantado para impedir el uso del mismo. Para el asalto de las murallas enemigas utilizaron las torres móviles. Estas estaban construidas de madera, con una altura superior a la de las murallas a las que se quería acceder, y eran revestidas de material refractario, incluso se tiene noticias de torres revestidas de metal. Por su interior se accedía de un piso a otro a través de escaleras, y se disponía de numerosas troneras por las que se podían hostigar al enemigo. Las torres eran montadas sobre ruedas o troncos de madera, y empujadas por soldados, o con el auxilio de animales con poleas y manivelas. Algunas torres de grandes dimensiones tenían en la base un ariete. Estas estructuras tan grandes y pesadas solo podían moverse sobre terreno llano, lo que requería de una preparación del terreno, y por supuesto se anulaba el factor sorpresa en el ataque, por lo que el enemigo podía tratar de cavar fosos o agujeros ocultos sobre el terreno, de modo que se hundiera con el peso e inutilizarlo. Para el asalto también se utilizaban escalas de madera, cuerda o cuero. Vegezio también cita los scalae speculatoriae, una especie de carretilla con un entablado enclavado en la cumbre, sobre la que un soldado era puesto con funciones de observación. Otra máquina para alcanzar las murallas enemigas era el tolleno, una máquina parecida a un ascensor, formado por una viga vertical en cuyo extremo superior se encontraba otra viga horizontal, los hombres se subían a un cesto, y mediante el uso de sogas el cesto era subido a la altura deseada. Para acercarse a las líneas enemigas con el
menor peligro posible se construía una serie de mamparos de madera,
recubiertos de pieles. Si eran fijos recibían el nombre de vinea,
y si era móvil, porticus. Pero el más sencillo era la tortuga,
formada por los escudos de veinticuatro soldados. En el sitio de Alesia (la Galia), Julio Cesar ideó una doble línea de fortificaciones que habrían de servir para defenderse del ataque de los sitiados en Alesia, como de los que acudieron en ayuda de los mismos. Los legionarios cavaron un foso de 6 m de anchura, y a unos 400 m de este, otros dos fosos paralelos de 5 m. de ancho para protegerse del ataque exterior. El foso más exterior se excavó en forma de U y se lleno de agua, y el otro en forma de V. La tierra extraída de los fosos se utilizó para realizar unos terraplenes coronados con una empalizada de madera, y cada 25 m se levantaron torres de tres pisos de altura. En lo alto de la empalizada se clavaron horizontalmente estacas afiladas, y delante de los fosos se excavaron cinco zanjas de 1,5 m de profundidad, donde se colocaron filas de gruesas ramas puntiagudas formando un cercado. Delante de este cercado se excavaron ocho hileras paralelas de hoyos, en cuyo interior se clavaron gruesas estacas afiladas, y que fueron camufladas con ramas y maleza, y frente a estos se colocaron miles de tarugos de madera de 30 cm de largo con una lengüeta de hierro, esta sobresalía del suelo en forma de garfio, y estaba preparada para ser pisada y clavarse en el pie. Máquinas de asedio |
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